Poesía

Situación de desarme

Soy un nudo de músculos en la penumbra urbana,

reptando las veredas con soledad y silencio, las veredas,

como una cosa sin alas y en la niebla, definido

por contraste con el espacio.

Alguien me mira, alguien pasa de largo.

En algún punto esta curva es discontinua, una ceguera viva

hecha de piel y malestar, adormecida.

Lo común es la rabia sin aire.

El orden es un abuso de forma, una cantidad ingrata,

extensa como el tiempo y las culebras de sangre.

Un abuso de barro y de muerte, el orden y el gasto. La ciudad, un abuso.

Las culebras del tiempo y su trama de piedras en altura,

consecutivamente otro abuso. De punta a cabo.

Pero siempre huele tan bien la desgracia, huele a sonrisas y juventud,

a comercio. Su sabor, una desgracia de menta y mango,

de caramelo y de penas. Es el dulzor del castigo y la propiedad.

De súbito se ha hecho ley y teorema, no sin relajo,

apacible y evidente como las paredes del estómago.

Suya es la gracia de las vitaminas y los minerales.

Asumo pues el abandono

no sin antes desconocer a cada uno de sus hijos,

definir la existencia como negación del hogar propio,

una invitación declinada con elegancia, cual diccionario,

la novela total de las excusas.

Qué cultivos prometerle al derrumbe de mi especie

tosiendo como un mecanismo,

haciendo las paces con el mundo

bajo la fórmula de la inanición metódica.