Ciudades de diferentes latitudes guardan una especie de similitud equivalente a la que guardan entre sí los primos de una familia: hay primos más grandes de otros, primos a los que les va mejor en lo económico, primos más temerosos y conservadores, con diversas clases de conflictos internos sin resolver, primos en distintas condiciones de salubridad y nutrición. Todas las ciudades posteriores a la clásica modernidad portan en su interior una paradoja, una especie de secreto inconsciente del que no tienen noticia más que a través de esporádicas pesadillas y alucinaciones, irrupciones fugaces de una tara más real que su realidad cotidiana: una clausura contenida dentro de sí, callejones y muros, relieves y rugosidades en los que no penetra más luz que la artificial, conviviendo pasivamente y como correlato arquitectónico de un régimen de apertura radical, de borradura de márgenes, gracias al cual puede transitar libremente la visibilidad y los flujos comunicativos necesarios para el funcionamiento policial de la sociedad urbana. Apertura radical y borradura de márgenes que por su propia naturaleza no se limitan a los muros (hipotéticos) de la ciudad como concepto civilizatorio. El panoptismo diluido en el aire, a la vuelta de las esquinas, detrás de cada hoja de papel, pantalla o vitrina. El espectáculo vigilante en el cual la audiencia es la protagonista del drama, donde la narración es omnipresente y discurre a espaldas del personaje de turno. Denominador común de los espacios públicos alrededor del mundo: vivimos rodeados de muros permeables, en una porosidad con cara de espacio privado, con teléfonos intervenidos, con “sapos” en las redes sociales, atrapados en un plano geométrico.
¿Dónde puedes esconderte si de lo que dispones es sólo un plano y la resistencia de tus piernas? ¿Detrás de qué piedra, a la sombra de qué árbol? ¿Entre los números y símbolos del polinomio ideológico que reduce la libertad a su valor de cambio? Tu lugar está inscrito en este gigantesco lugar sin ubicación, lugar sin límites ni borrosidades. Corriendo por pasillos que te observan o simplemente echado en cualquier esquina. Así se te ubica en el mundo. Tu identidad depende de las afinidades que marcas con tales o cuales figuras e imágenes de las que pasan frente a tus narices cada media hora. Se te define por los pasillos que recorres y por los espacios en los que te desenvuelves. Eres todos aquellos lugares en los que te permites ser visto. ¿Cómo escapar de tu propia identidad?
Dan ganas de plantar cara y decir que no, que yo no participo del absurdo de la norma, que la vigilancia se combate o que si los muros, los pasillos, las rugosidades y relieves son aparentes y no estamos más que sumergidos en un plano abierto a cualquier mirada, entonces más valdría hacer pedazos el plano y abrasar todo muro. Dan ganas de freír la realidad hasta que sólo quede algo oscuro y ceniciento flotando en el aceite. ¿Pero cómo hacer eso? No hay que olvidar que si la ciudad es el escenario (y los muros se diluyen), entonces el bufón somos nosotros y la trama depende de nuestro padecimiento y nuestro gesto. Es evidente que hemos de reaccionar. El espectáculo depende de nuestra propia respuesta ante el espectáculo.