Hace algunos años, Silvia Rivera Cusicanqui[1], nos advirtió de cómo cierta espectacularización del indianismo-katarista había apropiado e inventado “el año nuevo Aymara” por medio de una sutil técnica de instrumentalización y racionalización estadocéntrica, coronándolo el 21 de junio del 2006 con la celebración realizada en la ciudad sagrada de Tiawanaku del triunfo electoral de Evo Morales. La invención por la cual habría que estar alerta, dirá Silvia, parte por una suerte de colonialismo interno con el cual el discurso de lo indígena es ocupado estratégicamente por las nuevas generaciones como una prótesis existencial por medio de la cual el Estado permitirá confirmar su hegemonía sobre una sociedad criolla mestiza desesperanzada, resuelta en una suerte de nihilización neoliberal a ultranza que patentiza la realidad g-local.
Sin duda, la invención por sí misma no es de lo cual hay que tomar cautelas, sino de la imaginación política que la dota de sentido, de los niveles y tipos de conexión que propicia, de las intensificaciones o atenuaciones de la vitalidad de las pueblas que promueve. La invención que nos preocupa es aquella que tiende a plusvalorizar, acumular, aglutinar y atenuar políticamente/económicamente el saber irreductible de las pueblas, de sus más heterogéneas cartografías y diagramas con las que traman y trazan sus singulares rutas por en medio del mundo que habitan, convirtiéndolo en un valor de cambio multicultural de la cual tanto izquierdas y derechas profitarán en tiempos de extractivismo y neodesarrollismo. Antes que todo, preocupa la invención de la fiesta y el espectáculo tecno-fetichista del “indígena” como estrategia de control y apaciguamiento de las capacidades creativas y autodeterminantes, de las potencias imaginales, con que las pueblas tienden a multiplicar y reinventar los modos de habitar el solsticio, la medianía; ese “entre” o distancia, extremadamente singular, valga la redundancia, entre el mundo, sus fuerzas, sentidos y tensiones, y las formas de vivir que lo habitan, los desafíos con que nos prestamos singularmente “a darle cara”.
Me interesa pensar el solsticio como una experiencia y un tiempo singular e irreductible en la que las pueblas, tan dispares entre sí, despliegan sus saberes, afectos, malestares, ingenierias, en función de una cartografía de las luchas con que, a nivel molecular, en el día a día, en el cotidiano, construyen sus mundos, sus estrategias, aquí y ahora. Un solsticio que permita a cada puebla absorber del “chachapuma”, por ejemplo, hombres devenidos animales, la vitalidad de un silvestrismo que se aventuraba a recorrer los entres de la pusi chakani (chacana), antes que como cruz, como mapa: cruzar salvajemente el entre la vida y la muerte, el entre cumbres y entre aguas, el entre el cielo y la tierra, el entre mujeres y hombres.
Absorber el solsticio como un tiempo de invención de nuevos insumos tácticos para devenir otros, para re-trazar nuestros mapas, estrechar alianzas/distancias que permitan intensificar nuestros presentes, nuestros entres. El solsticio como un saber de las máscaras y las lejanías para burlar la muerte extractivista que, como dijo un gran compañero, nos pone el “significante verde” como un instrumento ritual multicultural que capitaliza y desposesiona los saberes pretendiendo tomar el control total sobre las inteligencias desplegadas por cada puebla.
Absorber de cada dimensión estética del solsticio la potencia infinita para construir cada vez más inquietantes planos de orientación, modos de uso provisionales y frágiles de nuevos insumos, prácticas y saberes, pero con firme inclinación a la vida, a la astucia, al ingenio, al encuentro, para habitar el “entre”. Tal como señaló el Devenir Galeano del Sup. Marcos, una invención estratégica del saber indígena para habitar “entre luz y sombra”[2], desafiando con entusiasmo y creatividad, la modernidad y sus bastiones. O en el otro extremo de las historias, como señaló Zaratustra, el solsticio como el momento en el que el mundo ríe y donde las bodas entre “luz y tinieblas” hacen acontecer el gran mediodía de la vida: el tiempo de abandonar y dejar a los viejos recuerdos, el tiempo de abrirse a esos nuevos huéspedes, a los nuevos amigos… a la fiesta del por-venir….
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[1] http://www.la-razon.com/index.php?_url=/suplementos/tendencias/invencion-Ano-Nuevo-Aymara_0_1666633439.html
[2] http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2014/05/25/entre-la-luz-y-la-sombra/