Segundo Texto de la serie: Al Choque y de frente a las (no tan) Nuevas Derechas.
Grupo de estudios experimentales paul k. feyerabend / vitrina Dystópica
“Lo que está en juego en el enfrentamiento con el enemigo no es nunca su existencia, sino su potencia. No todos los medios son igualmente útiles en el enfrentamiento entre dos posiciones políticas. Por decirlo de otra manera, un enemigo político debe ser superado, no vencido. Distinguir el ámbito de la hostilidad del de la amistad y la enemistad nos lleva a una cierta ética de la guerra.”
La Sonora Invisible
“Se obtiene así una valorización furiosa de un mundo imaginario maternal y familiar intercortado de valores pretendidamente viriles, que tienden a la negación y el rebajamiento del sexo femenino y, con ello mismo, a la promoción de un ideal de amor mítico, de una magia del confort y la salud que oculta una negación de la finitud de la muerte; a final de cuentas, todo un sistema de demanda que perpetúa la dependencia inconsciente respecto del sistema de producción, lo que constituye la técnica del ‘incentivo’.”
Félix
“Ya es hora de abandonar todo triunfalismo —que se habría de escribir con un guión en medio— para percatarse de que no solamente se está con la mierda hasta el cuello, sino que la mierda penetra a cada uno de nosotros mismos, cada una de nuestras ‘organizaciones’.”
Félix
Afirmamos firmemente la derrota al momento en que se nos exige hablar la lengua de la autovalorización capitalista para ser reconocidos y legitimados políticamente dentro de la «comunidad puritana» de las (no tan) nuevas derechas como ciudadanos de bien y ganadores. Asumimos que no hay nada que ganar cuando la lengua y el marco de nuestras miradas son cosificados y abstraídos dentro de una vitrina de crueldad y muerte, estandarizados por la medida global del merchandising y emperifollados bajo la investidura de la empresarización de sí mismx, como innovador blanco, higiénico, masculino y –recalcando la redundancia– emprendedor. Por el contrario, nos encontramos sonrientes en la derrota, porque significa estar al borde y por el borde de la lógica del “ganador”, o sea, ni mirarse ni desearse tapizao (forrado) de esas “oportunidades” que vienen manchadas con tanta sangre y a cuotas infinitas, con un interés moral neofascista que te hace odiar a tanta gente y ponerte indiferente con las máquinas de destrucción que nunca se fueron: el nazionalismo, el racismo, el machismo o la milicofilia.
Es que desafiamos lo posible cuando está saturado por la normativa democrática-empresarial de aplastar al otro y disfrutar de ello, buscando atender la urgencia de cultivar la sensibilidad hacia un mundo infinito de estrategias, historias, experiencias, memorias y rítmicas que, desde sombríos y anónimos lugares, inventan “cómo arreglárselas” para vivir sin imponérsela ni ponérsela a nadie. Cómo errar de mejor manera sin la angustia paralizante del exitismo. Como le preguntó Carlitos, nuestro amigo cordobés, al chico de la polera de Sin Dios escuchando a los amigos de tupadrenllamas: “¿Cómo hacés para que no te maten, para que no nos maten, cuando estamos todos condenados a muerte? Eso nos interesa”. Porque es la vida y sus múltiples modos la que el “ganador” quiere concentrar para acumular poder a través de ella, condicionándola bajo la ilusión del “ganar-o-ganar”, pese a que a cada rato y en distintos lugares están jugándose estrategias, luchas, desafíos para armarnos una vida sin tener que valorizarnos por medio de la gestión de nuestra muerte y el miedo a las y los otros: por eso matan a pu lamgen y pu peñi, a pu machi (protectorxs de la salud), a pu pichikeche (lxs niñxs), a pu weichafe (guerrerxs), por resistirse “a ganar” a condición de destruir la mapu (tierra).
No queremos ganar nada con la democracia y sus consensos del terror, porque no hay nada que podamos ganar con la empresa-total. Porque ya no nos cabe duda de que la negociación diplomática que ofertan para el abordaje de nuestra condena a deuda por saturación, o vida cotidiana, no es sino una táctica de disipación del conflicto social que gestionan por medio de la dosificación de controladas cuotas de miedo, en función de la neutralización de las expresiones de malestar, cansancio y dolor. Nos prefieren empastilladxs antes que arrebatadxs, como a lxs chicxs en las escuelas y las (no tan) nuevas instituciones correccionales.
Malestar, cansancio y dolor. Sensaciones características de la sociedad del “espíritu ganador”, donde los suyos diariamente tendrán que demostrar ser parte de ella sabiéndolas tragar con mérito para luego depositarla valorizada en rabia contra quienes parecen frenar o no sumarse a este festín del despojo. Parte importante de la acreditación social del éxito emprendedor es la plusvalorización en bronca sobre quien no lo haya hecho “tan” bien. “Libre competencia” y “mérito social” son los eufemismos de una sociedad que ampara su impotencia y gestiona su alivio a través del libre ejercicio de la violencia y la banalización de la tortura sobre “las y los perdedores”, de lo cual los linchamientos son una de sus más elocuentes expresiones.
Si ganar es la “búsqueda de un gran acuerdo social” (como sostiene Piñera), preferimos fallar mejor, sosteniendo el desacuerdo
Sostener el desacuerdo, nos mantiene atraídos y erotizados con esa experiencia imposible de negociar alguna vez nuestras diferencias, o sea consensuarlas. Ganar sobre la posición del otro es un escenario instrumental que no puede con el placer que nos promueve esta incierta situación de búsqueda, indagación e inventiva colectiva a la que nos arrojamos confundidos en medio del océano estrepitoso de “incitaciones” a imponerte sobre los migrantes, sobre las mujeres, sobre lxs trans, sobre el loco que te pidió una moneda, etc. De hecho, entre quienes nos hallamos perdidos respecto al sentido de la victoria social presente, encontrarnos, equivocarnos, proponer experimentaciones y fuertes disonancias nos resulta más entretenido (porque nos han perseguido, y no queremos ser perseguidores). Acercarnos, alejarnos, y preguntarnos más de una vez cómo podríamos volver a hacerlo, cómo podríamos nombrar esto, lleva consigo la excitación propia de todo baile en alguna fiesta, el entrenamiento de una rítmica que ni tú ni yo sabremos cómo bailar, hasta hacerlo. Como dicen lxs amigxs de ORGIE, hasta que nos descareticemos entrenando el baile; o, como han susurrado en muros otrxs amigxs: Desjaimeguzmanizándonos.
Sostener el desacuerdo, antes que un modelo, es un borrador. La experiencia de un proceso de invención e indagación colectiva, que tornen posible construir situaciones que nos permitan mantenernos en pie y peligrosos contra la masificación totalitaria del “espíritu ganador”: la piñerización / macrización de la fiesta de Pinoché y Videla. Clima de acecho y cacería que desatan “los ganadores” en todas las cuadras de la vida cotidiana por medio de la coordinación moral-policíaca de la angustia y de la frustración que imponen socialmente a quienes fallamos, una y otra vez, en cada intento por mantenernos en pie frente a los procesos de desposesión anímica, corporal e histórica que pretenden negociar(nos), perdón, consensuar(nos), o sea capitalizar(nos).
Sin embargo, dejar de ganar y encontrarnos, nos permite disfrutar ingrávidamente de los desaciertos que ponemos en juego, para, en primer lugar, cuidarnos, reconocernos, sentirnos, y asestar golpes que, antes que incitaciones a “ganar”, valorizar o calmar la agonía y el dolor social de cada unx, nos colmen del aguante para desistir de y resistir a la norma perversa de aniquilación por competencia. Para animar otras formas de persistencia por el lado de la invención de formas más gratas de vivir, compartiendo acaloradamente los ensayos que lanzamos contra la realidad como a cuchilladas.
Si nos encontramos es porque nos inclinamos afectiva y estratégicamente entre quienes sentimos la pesada y saturante asfixia de la sociedad de los “ganadores”. Porque nos extraen energía, nos rodean y arrinconan, porque buscan frustrarnos o incorporarnos a la hostil, y a la vez seductora, atmósfera de la competencia.
Nos inclinamos estratégica y afectivamente para hacer efectivo el sostenimiento y la persistencia de las luchas, para lo cual sostener el desacuerdo no quiere decir “ganar”, sino que mantenerse a cuidado de la rica industria del “pico en el ojo”, la valorizada economía del “te voy a cagar”, del fomentado y criminal mercado del amor posesivo y patronal del “te mato, porque te amo”.
Porque una inclinación afectiva, antes que todo, busca superar la lógica de la contradicción entre intereses narcisistas y “bien general”, la cual siempre termina bien envasada en el tan aclamado néctar de la propiedad y administrado bonachonamente por un mejor Estado, siendo antes que otra forma de posesión, o sea de victoria sobre mí y otrxs, un gesto y un guiño cómplice por abandonar juntos la República de los Ganadores, tan democráticamente facha y machista.
Una inclinación afectiva deviene estratégica cuando la jornada de encuentro, de sostenimiento del acalorado desacuerdo, deviene un gesto, que puede o no, al menos intentar, concertar la fuga al nacionalismo-empresarial o, como dijo un viejo amigo alemán, al “derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros”. Sobre todo, cuando la movida de la “globalización”, coja por su incredulidad, tuvo que pasar al uso táctico de la deshilachada bandera para poner a trabajar, a producir y valorizar, nuestras fuerzas físicas, síquicas, afectivas por completo en el nuevo boom financiero que trae la remasterización de esa peliculota que es “la guerra-por-la-patria”.
Inclinarse afectivamente, desafiando la movilización total de las fuerzas por el capital, nos supone el deseo de estrecharnos sin pretensión de valorizar nuestras presencias, y menos sacar rédito acumulaticio de nuestras compañías. Más bien, es un intento acalorado por vivir juntxs de otra forma y dignamente en medio y en contra de la polis neoliberal, ese desértico y sobre-vigilado condominio del “ganador”, paladín perverso del capitalismo-winner.
“Dejar de ganar” es un grito al choque por querer vivir
Las compañeras mujeres, maricas, lesbianas, transexuales y travestis confrontaron y han minado la pose ganadora por excelencia: al machirulo sea izquierda o de derecha. Han puesto en la calle los cuerpos marcados por la violenta presencia del ganador, y cuestionaron sus privilegios, sus trayectorias, sus estrategias y posibilidades. Las compañeras les/(nos) gritaron en sus caras, calles, partidos, camas y trabajos: ¡DEJA DE GANAR, LOCO!.
El ejercicio de cultivar la desistencia de nuestros privilegios, dejar de ganar entonces, es una práctica permanente, colectiva, afectiva, que tiende a poner el encuentro entre cuerpas por fuera de una relación de victoria o derrota, en la búsqueda de una de cuidado, horizontalidad, desafío entre diferencias radicales impostergables frente al peso trasnochado y melancólico de cualquier “igualdad ganadora”, o sea totalizadora. Porque históricamente y segundo a segundo, la sociedad organiza el culto a su imponente victoria, donde la igualdad no es sino el eufemismo de un soterrado círculo de imposiciones y jerarquizaciones inconscientes. Es que el deseo de ganar tiene en su reverso el deseo perverso de aplastar, de poner el falo sobre otrx, unx marcadx como cuerpo derrotado, débil, inferior.
Queremos afirmar la derrota, nuestro lugar en la catástrofe capitalista, para sólo desde dicha condición, desistir de su pináculo dual, y afirmar nuestra impotencia frente al imperativo totalitario del ganador/perdedor y triunfo/fracaso, con que gestionan la agonalidad de nuestra ruina.
El otro día con las cabras escuchamos una tremenda conversación. El Didi, un compa, cruzaba comentarios con uno de los tatas Vergara Toledo, con don Manuel. El Didi insistía en que teníamos que desarrollar la capacidad de extraer de los restos de la catástrofe capitalista, de las experiencias emanadas de la revuelta, de las huellas de nuestros muertos y desaparecidos, algo vivo y superviviente para poder dar cara, superar la realidad que nos convoca permanentemente. A lo cual, con gran sabiduría, uno de los abuelos de los miles de combatientes que no dejan de nacer ayer y hoy, le contó lo que reflexionó junto a los padres de los 43: “Que el dolor nuestro con el dolor de ustedes, los juntamos, y que salga algo de vida, algo de verdad”[1].
Ni “ganadores” ni “derrotados”, ni “integrados” ni “excluidos”. Doloridxs, inquietxs y con la memoria intacta. Queremos vivir, vivir dignamente, por en medio y en contra de la máquina catastrófica de exterminio y desposesión con que todos los días nos persiguen con su victoria que es nuestra aceptación pasiva de su programación. En contra de ella y al choque, mantenernos juntxs, seguir en pie, persistir y sostener las cuerpas frente al policía, como dijeron las compas de la Yeguada Latinoamericana[2]; sostener las miradas[3] frente al silencio patriarcal cómplice de la sociedad, como nos recordaron las compañeras abusadas en Atenco por los perros de Peña Nieto, el gran genocida. Sostenernos frente al miedo y el horror con que gestionan la ruina y en torno a la cual nos ilusionan con eso de ser “ganadores”, y se justifican los nuevos campos de concentración para “perdedores”: en escuelas públicas, en las poblas, en las prisiones, en el mercado laboral flexible, en el consultorio de salud. Con el Didi, con el tata Manuel, con las compas, con las cabras, nos surge la inquietud de volcarnos a la invención de una forma de desear que no produzca norma, como le llamó Carlitos Bergliaffa[4]; no-competitiva, no-capitalista, intempestiva, con la que podamos conjurar, como si fuéramos las WITCH, ese deseo fascista que acompaña al “ganador”. Ese plusvalor de la bronca que “los ganadores” extraerán al apalear al cabro perdedor que no compró la regla del mérito y el autosacrificio, y que robó el celular, para luego pasar a esa sabrosa y competitiva industria gore que viraliza la masacre del cuerpo, capitalizando y banalizando la tortura en función del “sentimiento de seguridad”: hablamos de la producción serial de pacos con y sin uniforme, con las que se corona la gorra en la sociedad de “los ganadores”, como dijeron los Juguetes Perdidos.
“Deja de ganar” es una inquietud estética, ética y política frente a la totalización subjetiva del “ganador”, una inquietud que persiste e insiste, abriéndose camino por fuera de las figurillas de la onda crítica que en el pleno del aislamiento, sea como comentarista, jipster o talibán de la opinología de izquierda, se preservan cabeza gacha manteniendo a resguardo los privilegios de la interzona pequeñaburguesa que la infiltra y la sostiene, como dijo el Félix, “por el hecho de su participación material e inconsciente en los sistemas dominantes del capitalismo-winner”. Es una revuelta que inventa situaciones improbables para salir del aislamiento del paper, de la galería o el comentario en facebook, nicho de cultivo de la “autosatisfacción narcisista y ganadora”, y tornar efectivas redes de colaboración, apoyo y sabotaje que perturben el diagrama de privilegios, roles y funciones del capitalismo-emprendedor en las aulas, en las casas, pero también en las calles, en el trabajo, todos los días en los espacios recuperados, en y junto a los territorios, cuerpo-territorios, que resisten.
El “deja de ganar” cultiva con esfuerzo la urgencia de implicarse, conjuntar diferencias, modos de desistir y resistir el “sentimiento de victoria y superioridad imperial” del capitalismo-winner, lo que no significa homologarlas, igualarlas ni equivalerlas. Por el contrario, “dejar de ganar” no es una premisa moral sino que un llamamiento práctico a aprender a cultivar la soledad, el separatismo, la diferencia radical, para sólo desde ahí aprender a estar juntxs, coincidir, converger, crear espacios comunes y sostenerse en un desacuerdo tal que insista con nuevas estrategias para abandonar y resistir nuestros privilegios, como contrarrestar el imperativo acumulaticio objetivo y subjetivo del modo de vida imperial. “Dejar de ganar” es cultivar la desistencia y la amplitud imaginal de los modos de construir el aguante, el pensamiento, con lxs que luchan, para que no se nos infiltre el machirulazo progre y se tome la escena de las compañeras, ahora en buena onda, en la calle también como “feministo de izquierda”.
“Dejar de ganar” es el desafío para una imaginación política que se permita atacar lo posible, y habilitar la vida cotidiana como espacio de sabotaje, como espacio de amistad, sostenido en un querer vivir en irreconciliable desacuerdo con el mercado de la muerte, del aislamiento, del miedo, de la aniquilación por acumulación y desposesión de sí, de lxs otrxs y de los territorios.
[1] http://lobosuelto.com/?p=5812
[2] https://dystopica.org/2018/02/07/yeguada-latinoamericana-banda-de-guerra-manifiesto/
[3] https://miradasostenida.net/
[4] https://dystopica.org/2018/03/05/como-estar-juntxs-sin-producir-norma-conversacion-con-carlos-bergliaffa/