Desde la guerra en curso, contra toda masacre en pos de su normalización
Con todxs lxs torturadxs, mutiladxs, desaparecidxs.
Seguimos en la primera línea: jamás vanguardia, siempre autodefensa.
Se atrevieron a declararnos la guerra. Una y otra vez. Una guerra que nos venía desgarrando hace ya 30, 40, 500 años. Declaración que simplemente expone, deja ver, lo que siempre ha contenido; lo más verdadero, visceral, lo más perversamente honesto de aquello que llamaron “democracia protegida”. Esa medida de lo posible que firmaron y transaron de derecha a izquierda, es decir, balas y metralletas para custodiar el cansancio y aturdimiento con el que habían resguardado los intereses del mercado y, por ende, su posibilidad de ganancia infinita, aquella rentable gestión de la ruina. Medida de lo posible que ya sufríamos en esa miserable pacificación y militarización de la vida cotidiana que ha sido esta democracia protegida constitucionalmente, perentoria condición para una ciudadanía entregada a los intereses de la acumulación.
Nada de extraño, entonces, que el intolerable grito cívico-militar haya sido: “¡vuelvan a sus casas y estén tranquilos!” – queriendo literalmente ordenarnos. Nada de extraño, pues la guerra ya estaba en curso y aquello que se quiere totalitario nos quisiera obligar a retroceder, a encerrarnos, a volver a la prisión de lo individual, del aislamiento en el espacio privado y privatizado, como lo único posible de dicha medida… vida familiar, crédito, sertralina y clonazepan dos veces al día: promesa de felicidad.
Como ya lo señaló Guzmán, consagrado cabeceador de balas y reconocido criminal que supo institucionalizar la masacre dictatorial sobre el cuerpo colectivo: lo importante era minar y declarar enemiga cualquier expresión de voluntad popular o de mayorías, frente a la exigencia globalitaria de rendimiento y capitalización individual. Esa misma exigencia que, cual Hitler, dejó a custodia de la impersonal bastardía de los sicarios del capital: policías y militares. Es así, como la ciudadanía a la que se le asegurará apenas no ser asesinada, violada, mutilada o quemada, será únicamente aquella que logre encarnar el mandato militar de proteger una democracia al servicio del progreso económico; eliminando de su intimidad, tanto como sea posible, cualquier tipo de contacto, contagio o alegría de lo colectivo, de lo común, manteniendo así la cocina resguardada en la casa y vistiendo el chaleco amarillo a la chilensis, cual patrulla de chupafusiles.
Sin embargo, al mismo tiempo que nos cautivan con la capacidad de administrar nuestro propio cautiverio, ese encierro en lo individual y familiar, expresión totalitaria del fascinante orden del capital; la guerra deja abierta y expone los artefactos caseros con los que nos cocinamos este bricolaje hechizo que es una vida, esta vida en la calle pese a todo y con todo el aguante, poniendo en común las ollas, las comidas, haciendo estallar la clausura de la imaginación política en lo doméstico, ya que como nos dijeron les cabres: lo personal es político, es decir, violencia y poder, pero también alegre rebeldía. O, como nos escribimos en los muros: “le ganamos a la sertralina” ya que “no era depresión, era capitalismo”.
Es que, si algo ha cambiado radicalmente, es el modo en que se inscriben nuestras prácticas, como se agencian. Y así este encontrarnos en la fina organización del aislamiento, no es sino una otra expresión curiosa y rabiosa del entusiasmo colectivo, aquel con el que diariamente ya nos rescatábamos y seguimos rescatándonos con otras y otros de la miseria serial: en el metro, la micro, la cola, en DICOM. Momento rebelde que despejó la ansiedad y el pánico individual, que sacudió la pereza del automatismo y la competencia, poniendo en el centro de lo político el rescate diario, el guiño tierno y silvestre. Ganar la calle y, entonces, despejar la confusión que nos hizo imaginar nuestra derrota, inclinando nuestras impotencias y angustias en ofensiva. Componer juntas, juntos, juntes la rítmica de la autodefensa donde todos somos un cuerpo informe, anomalías ruidosas frente al estandarizado silencio de la derrota.
Y es ahí que urge sobrepasar la absurda oposición entre lo constituyente y lo destituyente. Sucede ya en esta intensidad que busca e inventa nuevas armas, nuevas estrategias bajo el fuego que quisieran que nos llevemos puesto. Una apertura radical que conecta con todas las insurrecciones que acontecen alrededor del mundo y que ensayan modos de componer un nosotrxs transfronterizo, transocéanico, internacionalista. Porque nunca hemos sido parte de la fiesta que los privilegiados quisieran repartir y administrar de una mejor manera. Las alianzas imprevistas exponen las estrategias cotidianas, alianzas que están ya-siempre-en-proceso y que hacen efectiva la destitución monumental del inadmisible consenso financiero a nivel global, como la cabeza de Pedro de Valdivia cuelga en las milenarias manos de Caupolicán.
Nada finalizará en una nueva constitución, puesto que nada en este laboratorio que llamaban Chile y se acabó, podría llegar a existir sino al precio de una destitución radical del consenso que nos impedía crear un después. Nada, por suerte, finalizará. Y, sin embargo, parece imperativo habitar aquellas nacientes estructuras, buscando desplegar las más indómitas intensidades, aquellas que sostienen la apertura frente a toda voluntad de cierre, pues este es un mundo que tan solo ensayamos y que no vamos a ceder ni abandonar.
Frente a la imposición de la forma, practicar su ocupación con estrategias invisibles y eficaces. No soltar, no soltarnos ni soltar el espacio, porque aun medianamente cooptado, permite arrojarse a esas otras intensidades, desplegándolas. A la vez, sostener esta especie de tejido subterráneo porque ninguna organización es ideal y, entonces, la alianza opaca, subterránea, móvil y no tan predecible que es la trama de la vida porvenir, jamás puede abandonarse.
Crédito, foto Frente Fotográfico.