I. Todo explota, todo SE quema
Nos ha llegado Marte
2020: primeros días de lo que aun por tradición llamamos enero. Podemos ver la imagen de un torbellino de fuego formándose en algún lugar relativamente indiferenciado de Australia que, a esta altura, es apenas algo más que una tierra arrasada por el fuego. Vemos caras sufrientes, caras y animales sufrientes, vemos el color rojo, vemos temperaturas inauditas y vientos que avivan las trombas de fuego. Muelles, barcos, fugas, una vez más fugas. La tierra se quema, arde, asesina, acorrala. La tierra se vuelve hostil. No necesitamos suponerle una conciencia a la tierra, para suponerles responsabilidad a quienes aún no se cansan de extraer todo cuanto pueden de este planeta, única y exclusivamente para su enriquecimiento.
2020: primeros días de lo que aun llamamos enero. Como si se necesitara todavía mayor confirmación de cómo es que se ha organizado esta catástrofe que llamaron futuro, al compás de las llamas, EEUU lanza un ataque a Irán, matan a uno de sus generales y una vez más un clima de confrontación final envuelve la circulación oficial de informaciones. Por cierto, siempre y cada vez, se trata del petróleo y todas las estrategias que alrededor de éste convergen. Por cierto, es su uso y todo el sistema de acumulación de riqueza que le acompaña, el que acorrala ahora a las personas contra el mar, sea para escapar de la pobreza, la guerra o el fuego.
Casi el guion de una horrible y predecible producción de Netflix: aquellxs que, de la mano de filántropos-por-un-par-de-años como Elon Musk, soñaban con poblar marte para escapar de la destrucción que su ambición provocaba, se encuentran cada vez más con la realidad de que son las condiciones de marte las que nos comienzan a habitar. Y en un tiempo cada vez más acelerado. Y, constatan también, que no pueden ir tan rápido como pretenden en la apropiación de todo y, por tanto, en la generación de sus condiciones de supervivencia a costa de todxs nosotrxs. Constatan que no pueden, porque existimos.
Las erupciones son múltiples, la lava ardiente
Ciertamente, todo ardía y explotaba desde mucho antes. El volcán tronaba hace años y 2019 vio finalmente un proliferar de erupciones. También dentro de los primeros días de lo que aun llamamos enero, atestiguamos insurrecciones en tan diversas partes, como diversas son ellas mismas. Resistiremos la tentación de enumerar, pues no se trata de observarles como cosas que se agregan, sino como elementos que, en tanto heterogéneos, componen un movimiento. Un movimiento de la tierra. No imaginándola como una suerte de ser humano gigante con su conciencia y voluntad, ni tampoco como un organismo. Por esta vez, digamos que la tierra es finalmente lo más inapropiable. Es decir, aquello de lo que nadie puede adueñarse, por más que lo intente, lo limite, lo encarcele, le ponga valor, lo intercambie o destruya. En ese sentido, algo de nosotros también es la tierra.
Todo este tiempo sintiendo cómo la mafia extractivista avanzaba tanto en la destrucción y apropiación de los territorios, como en los intentos de explotar todas las dimensiones de aquello que nos compone: del cuerpo a los afectos, todo parecía dispuesto al capital; cuando más bien el capital buscaba disponer de todxs. Todo este acorralamiento, todo este fortalecimiento de las fronteras, de los bordes, de los racismos, en conjunto con la militarización programada para el despliegue del paradigma de cacería. Toda esta sensación de ahogo cotidiano; toda esta evidencia de que ya no se podía más, de lo intolerable; toda esta impostergable ansiedad de cambiar, de mover, de volver a mirar las cosas que ya no alcanzábamos ni a distinguir. Todo lo indómito, es decir, todo lo incapturable no podía sino hacer erupción por tantas partes, en tan diversas formas y tan intensamente que la lava arde sin cesar, como los bosques entre nosotrxs.
El río recuperando su cauce
Lava viene de la palabra labi que en latín se asocia a lo que resbala, se desliza, baja libremente o penetra. La lava hace cauce antes de enfriarse. La idea de una erupción no es difícil de asociar a todo lo que se desató desde el 18 de Oktubre en $hile. Primero que todo porque no se trata de una novedad en el absurdo sentido que le dan aquellxs que dicen que no lo vieron venir. Segundo, porque con una erupción se visibiliza lo que era subterráneo. Tercero, porque es violento, hermoso y creativo. Cuarto, porque las erupciones siempre responden a condiciones previas. Quinto, porque nada más que ella misma puede detenerla.
Todxs aquellxs que, frente a la insurrección del 18 de Oktubre, señalaron que no lo pudieron ver venir como si se tratara de un problema técnico, son igualmente parte de lo que la lava consumirá. Y esto es tan simple como definitivo, no haberlo visto venir significa no haber estado afectado por las condiciones que hacen posible la erupción. Es decir, estar salvado e impregnado de esa hipócrita felicidad de haber cumplido con una tarea que no es otra cosa que una perpetua obediencia, un ciego acomodo a la destrucción programada.
Por el contrario, esta inusitada extensión de la desobediencia, esta deslocalizada coordinación en no seguir consintiendo, no seguir aguantando; es aquello que se expande por tantos y tantos rincones. Cada erupción tan local y, sin embargo, todo gesto resuena, nos invade, nos teje. Es la posibilidad de recuperar un cauce -que no puede ser otra cosa que inventarnos uno– lo que subterráneamente nos contagia. Lo sabemos bien, el fuego abre cauce. Todo parece quemarse y solamente así brotaremos bosque nativo.

II. No hay nada detrás, todo está entre nosotrxs
La paranoia (como) política
A nadie sorprende realmente la estupidez de los personeros de gobierno, por eso es tan fácil suponerla. Y, sin embargo, lo importante sigue siendo el cómo más que el qué de lo dicho y luego los efectos de verdad que busca. Dice Blumel, el nuevo criminal del interior: “se entregó información extraordinariamente sofisticada a partir de análisis con tecnologías de big data, con tecnologías de la información” 1 . De toda esta evidentemente ridícula declaración lo único que importa transmitir es que se trata de algo extremadamente sofisticado. Incluso a pesar de la incesante circulación de memes que lo ridiculizan, lo único que debe quedar como sospecha es que hay información y que es sofisticada. Entonces, ¿hacia dónde apunta aquella? Es decir, ¿qué es lo que contribuye a formar aquella sistemática estupidez?
Será difícil olvidar que aquella tan sofisticada información, entregada por otra empresa de ese “humano como todos, pero poderoso” 2, tenía como propósito manifiesto delinear quién estaba detrás de las protestas. Será difícil olvidarlo particularmente porque apuntaron a un grupo completamente extraño para las maneras comunes de entender la política: el K-Pop. ¿En serio el K-pop? Es una pregunta que seguramente nos invadió a todxs. Pero luego, más de cerca, ¿qué es lo que dice K-pop? Dice jóvenes y dice amenaza exterior. Así delinean enemigos, delinean los enemigos que quieren, importa poco si es cierto o no. Sabemos ya de sobra, le llaman posverdad a este hecho archiconocido en la propaganda totalitaria, en donde lo único que importa son los efectos que genera.
Todas las estupideces que parecen vomitar los personeros de gobierno tienen por ello consecuencias bien concretas. Antes del K-pop, dijeron también: “fueron las barras bravas”. También todos reímos. Cierto, seguro tienen influencia, pero de ahí a coordinar todo un levantamiento: dudoso. Y con eso basta, con la duda. 6 de enero de 2020, ese asqueroso medio llamado El Líbero, publica una nota sobre las “sorprendentes coincidencias de los acusados por incendios en el metro” 3. ¿Qué es lo que sorprende a estos líberos? Bueno, dicen: 7 son hombres, 3 son fanáticos del fútbol, 6 son ni-ni y todos actuaron en lugares cercanos a su barrio o que les eran familiares (cuando dicen esto, lo dicen específicamente de la estación Pedrero donde está el Estadio Monumental). La asociación entre ni-ni y jóvenes ya está hecha, aunque ellos mismos la desmientan. Entonces, el delineado: jóvenes pobres y organizaciones clandestinas. El panorama de conjunto: jóvenes, pobres, organizaciones clandestinas, influencia del extranjero. Buscan producir su enemigo, su nuevo terrorista, nada importa si tiene o no asidero. La instalación de la duda y la sospecha, en suma, la utilización de la paranoia como instrumento de dominación política, de lucha contra la imaginación, de desmantelamiento de la organización popular.
Sensibilidad e inclinación: no nos soltamos
Y si toda esta búsqueda del quién está detrás nos aparece tan ridícula, a pesar de su funcionalización política en tanto mera posibilidad, duda, paranoia estratégica; si toda esta búsqueda parece tan absurda y carente de sentido, es porque invade la experiencia de que lo puesto en común ha requerido mucho menos una concertación consciente que una exteriorización de una sensibilidad compartida, de una interioridad común que desborda. Es, de hecho, tal gesto el que ha operado la destitución efectiva del poder. Y tal destitución es, como lo dicen por ahí algunxs amigxs, su bajada a tierra. O sea, cuando la institución tan solemne, tan oficial, tan funcional (“las instituciones funcionan” repetía Lagos, como si eso significara realmente algo); cuando toda esta legalidad se muestra en su obscena brutalidad, violencia y arbitrariedad, ahí, precisamente ahí, está destituida. Ciertamente, este ha sido siempre el contenido de la democracia protegida: la represión orquestada por un grupo de mafiosos que se hace llamar Estado y que, atentando cotidianamente contra la población que administra, mantiene, sostiene y prolonga sus privilegios.
El 10 de enero de 2020 se publica una nota que, jugando con la paranoia del gobierno, le enrostra su destitución. “¿Quién está detrás de la cena de año nuevo?”, se preguntaba la asociación de mafiosas y mafiosos parapetados en el aparato Estado. Y bien, en una especie de cuenta pública, se les responde: nadie, todo estaba entre nosotrxs 4 . Todo fue hecho en colaboración, poniendo en común posibilidades y saberes; haciéndonos una vida como cotidianamente ya hace tanto tiempo venimos haciéndolo, pero esta vez en un grado distinto de visibilidad y de escala. Destitución nuevamente: su paranoia no tiene ninguna otra intención más que movilizar el fascismo. El fascismo es, de hecho, una forma de producción y movilización política de la paranoia. Pero, además, constitución pública de una forma de vida. Si los ricos, esa mafia institucional, no pueden entender cómo es posible organizar algo tan grande y masivo sin una suerte de agente rector, sin un jefe, sin alguien detrás, es porque nunca han vivido nuestra vida, sino que han vivido gracias a nuestras vidas. Los que se creían faraones viviendo en sus alejadas mansiones, haciéndose monumentos a ellos mismos y atravesando la ciudad por sus aseguradas autopistas sin jamás vernos; pues se han mostrado como esa triste mafia imbécil y cobarde que no dudará, sin embargo, en usar todas las fuerzas de sus asesinos a sueldo, contra todo aquello que no entiende porque jamás vio; y todo aquello que no entienden es la posibilidad de vivir de otro modo, aquella que se teje en una dimensión nueva y masiva como quizá nunca antes.
Eso que nos teje, es una sensibilidad compartida en años y años de soportar la tiranía de las leyes que llamaron objetivas y una inclinación en ofensiva, porque ya no más, no nos vamos a soltar, ya no de nuevo, no a costa de nuestras vidas.
Haciéndonos un cuerpo: asambleas y constituyente
Cierto es que, lo sabemos, esto no nació el 18 de Oktubre. Cierto es también, sin embargo, que no hay claridad de la forma que, en definitiva, esto puede tomar. Hace no tanto tiempo, aunque pareciera quizá toda una vida atrás, Suely Rolnik decía en su visita a Chile que parecía que actualmente en distintas partes de la tierra, teníamos embriones o larvas de futuro atoradas en nuestras gargantas, que pujaban por salir contra un modo de disponer la dominación que se esfuerza por sostener esta catástrofe rentable, tal como está o peor. Así como Bifo decía también por ahí, que es en el encuentro de cuerpos que se rebelan, donde quizá pueda finalmente pasar algo. Y cuando pasa algo, pasa de todo, nos dijo también Diego Sztulwark alguna vez. Y pasa, entonces, que en estos encuentros al calor de la rebelión se ensaya la forma de componerse un cuerpo nuevo, como la única posibilidad de construirnos una vida digna de ser vivida de cara a la extinción que los poderosos declaran, a la vez que profitan de ella y construyen su escape. Y es aquí, pues, donde nada está dicho, donde tendremos que decirlo nosotrxs, en la calle, en las asambleas, en todas partes donde nos sea posible. Puesto que, ¿qué forma debe tomar este cuerpo nuevo que nos estamos construyendo para que valga la pena vivir?
La tentación, a veces extremadamente rápida, es señalar que de lo que se trata, pues, es de construir un nuevo cuerpo social, es decir, un nuevo pacto, o sea, una nueva Constitución. Y, sin duda, quién que no sea parte de la mafia que gobierna y se enriquece podría no estar de acuerdo, pero el punto es preguntarnos siempre un poco más qué significa Constitución. Si la destitución se ha hecho ya de facto al mostrarse los poderosos como apenas un grupo de violentos asesinos interesados en mantener su dominio todo cuanto puedan, la constitución también ya ha comenzado a hacerse, aun si aquello todavía no se manifiesta en leyes. Esto pues porque la construcción de un nuevo cuerpo, que también significa la construcción de otro poder de actuar, no empieza con las leyes ni tiene allí su máxima expresión. Entonces, cabe entender la Constitución también como la conformación de una nueva geografía. ¿Qué significa eso? Pues que, como ya lo sabemos, la insurrección ha sido en gran parte un asunto técnico: cómo proteger la protesta, cómo operar, cómo defendernos de las armas de los pacos, cómo organizarnos, cómo armar una cena de año nuevo, cómo establecer y hacer funcionar las asambleas territoriales y la organización entre ellas; entonces, la revolución también es de carácter técnico y tecnológico antes que puramente legal. Constitución no puede significar únicamente la reescritura programada de una carta legal que rige un cuerpo que inmediatamente se entiende como social. El cuerpo que se forma es también cosmológico, intergaláctico y, por cierto, internacionalista.
No se trata aquí de una declaración después de tirarse un ácido, sino de algo sumamente práctico: si uno de los mayores signos de la revuelta ha sido la destrucción de estatuas y todo el armatoste simbólico del colonizador, es porque se hace evidente que la tiranía que envuelve la sociedad, ha sido también la tiranía de la sociedad contra todo aquello que no quiere entender: la vida de los animales, de la naturaleza, los ancestros, en suma, justamente lo que una sensibilidad feminista ha puesto sobre la mesa: otra relación con nosotrxs mismos, con lxs otrxs, con la tierra. La constitución de un nuevo cuerpo para sostener esta insurrección no puede ser apenas la letra en un papel, sino que mucho más el ensamblaje de todos los procesos de vida que ya se han dispuesto en las marchas, en las asambleas, en los cabildos, en las recuperaciones territoriales y su resguardo, en las orgánicas nacientes por tantos puntos del territorio ocupado por el Estado de Chile. La pregunta no es cómo hacer una nueva constitución política, sino cómo hacer que aquella nos permita persistir en el ensamblaje de este cuerpo que ya se arma y que se teje como otra relación cosmológica general, que crea otra geografía, que fabrica otras técnicas y que requerirá muchas más, que imagina otras maneras de organizar nuestros deseos, que experimenta otras formas de placer (cuánto más rico juntarse en las plazas renombradas que comprar mierda en el mall con el apellido de alguno de los mafiosos).
Y, sin embargo, el “también” es importante. La constitución de esa nueva geografía no se puede hacer prescindiendo de una relación estratégica con la escritura tradicional del cuerpo político. Primero que todo porque jamás se ha escrito una constitución desde abajo. Segundo, porque el proceso de producción de otros saberes requiere mínimas condiciones para existir (digamos, salud, educación, vivienda, por ejemplo). Tercero, porque esta mafia que es nuestro enemigo tiene su milicia a la que llama policía y que hay que desbaratar.

III. Arrebatarles el mundo
Apropiación (es) aniquilación
Lo que hemos llamado mundo y se terminó, es en muchos aspectos una disposición de ensamblajes técnicos y de tecnologías. Las tecnologías son, así comprendidas, los modos en que los animales humanos nos relacionamos entre nosotrxs y con aquello que componemos como mundo, cosmos y/o naturaleza, entre ellas, por ejemplo, nuestro lenguaje. Por eso, ha sido sin duda inevitable tener que renombrar: Plaza de la Dignidad, Plaza 18 de Oktubre, Plaza de la Libertad, etc. Las tecnologías crean, además, sus propias formas de subjetivación, o sea, cómo nos entendemos y construimos a nosotrxs mismxs. Un ejemplo muy a la mano son las diferencias que se crean en la costumbre de interacción con distintos aparatos, de la máquina de escribir a la tele o el compu y luego el celular. Asimismo, con las aplicaciones, ¿cuántxs, por ejemplo, comprenden y usan fácilmente Snapchat? Estos casos que parecen, evidentemente, naif, ingenuos, muestran sin embargo el poder del problema técnico-tecnológico. En una palabra: constituir una nueva geografía, como posibilidad de sostener una revuelta intergaláctica, requiere disponer de saberes tácticos y técnicos que no nos construyan como meros apropiadores, extractivistas de todo tipo.
Si toda la maquinaria con la que actuamos en el mundo, es decir, con la cual lo construimos, está organizada para extraer las fuerzas de sus lugares situados y llevarlas hacia quienes son los propietarios de esas máquinas de extracción, entonces, hay poca sorpresa en que toda la educación, desde la formal a la política y sentimental, nos prepare para la apropiación individual. Ejemplos hay miles, quizá uno en suma evidente es lo que sucede ahora con la fuerza de los ríos, los cuales son literalmente desviados para el interés de algunos pocos, pero también pasa todo el tiempo con nuestra atención que se sustrae de nuestros problemas para preocuparse de lo que, literalmente, podemos entender como puras weás, trabajo incluido. Tanto nuestra atención como los ríos se han redirigido como parte de esta revuelta y eso ha permitido experimentar el poder de un trabajo colectivo, porque precisamente eso es el poder: una inclinación, una dirección en cada enfrentamiento singular.
Y levantar un mundo basado en la extracción no puede sino terminar en su aniquilamiento. Desde lo más íntimo a lo más global. Todxs estábamos completamente cansadxs, devastadxs por las condiciones en las que tenemos que trabajar, porque nada se devuelve, por el contrario, todo se debe pagar, es decir, además de robarnos toda nuestra energía, tenemos que pagarles para poder (sobre)vivir. Por eso no es extraño que primero que todo recaigamos sobre la necesidad de otro pacto social, porque es una forma en que entendemos se pueda devolver algo de lo que damos. Sin embargo, el problema es aún más radical porque todo el ensamblaje material del mundo se ha establecido sobre esta forma de extracción sin vuelta, lo que tiene por resultado que todo esté quemándose, que los ríos se desvíen y sequen, que el territorio esté colapsado por sembrar paltas para enviar quién sabe dónde, que los glaciares se descongelen a propósito para extraer minerales ¿para qué? Para mantener sus tasas de ganancias y acumulación. Y nada se devuelve, ni a nosotrxs, ni a la tierra. Pero la tierra, decíamos, es siempre todavía lo inapropiable. Y nosotrxs, somos también la tierra. Por eso nos declaran la guerra. Por eso por todas partes, el modelo de vigilancia chino que permite esclavizar cuanto quieran, se hace deseable por las mafias gobernantes. Por eso es tan fundamental que el problema jurídico-político no se separe del problema técnico-tecnológico de la constitución de esta geografía intergaláctica, urdiembre de la revuelta.
Policía nacional, milicia del capital
No podemos confundirnos en los nombres que se dan ni caer en las dicotomías que nos quieren proponer. Si traemos China a colación no es por fetiche, ni por discutir si se trata o no de comunismo, como si realmente tuviera sentido ahora. Sino que es porque tiene consecuencias muy concretas, precisamente en los planos que nombrábamos. China forma parte e impulsa el famoso TPP-11 que es una amenaza latente de privatización definitiva y transnacional de las semillas, los suelos, las aguas, la creatividad (internet, patentes), la vida, en suma. Este tratado, no obstante, es apenas una parte de una nueva arquitectura jurídica del saqueo que se organiza por todo el mundo y tiene la misma característica de base: convertir concretamente las policías nacionales en milicias del capital global. Cuando Piñera dice que libra una guerra, lo dice realmente. En una palabra, lo que aúna los problemas al respecto de estos tratados es que las Corporaciones Transnacionales podrán definir el jurado con el cual se dirimirán los problemas que puedan surgir, por ejemplo, entre una corporación como Barrick Gold y las comunidades afectadas. Ya no más “Derecho Nacional” que, al menos, jugaba con la ficción de la democracia, sino un jurado ad-hoc definido por un contrato entre corporaciones.
Pero esto es, justamente, el aseguramiento legal de unas tecnologías hace largo tiempo desplegadas. En una palabra: ya saquean, ya matan a quienes se oponen, ya encarcelan, ya se roban todo. Buscan convertir en norma lo que ya es de facto. Por tanto, no es posible oponer simplemente otra norma. Así como a partir de la revuelta de Oktubre se han vuelto a abrir los cauces de ríos y nosotrxs mismos recuperamos, inventando, nuestro cauce; así es que el sabotaje definitivo al saqueo en vías de convertirse en norma global es construir de facto otra geografía, otra red de alianzas, otros usos del mundo. Es decir, arrebatárselo. Conjugar todos los saberes posibles para sostener técnicamente la revuelta y luego legalizarla, usando para ello la escritura del pacto político, la Carta Constitucional, como una forma de asegurar que lo que ya estamos haciendo, no pueda ser tan rápida y simplemente eliminado por la milicia corporativa global que está en vías de hacerse norma.
Lo sabemos: ellos lo hacen, luego lo regulan. Hacen un golpe militar, luego escriben su Constitución dictatorial que nos rige. No podemos nosotrxs ser tan ingenuxs, tan confiadxs, pensando que respetarán lo que diga una ley (si es que llegara a decir cuestiones para nosotrxs favorables). Es necesario, por ello, haberles arrebatado el mundo ya. Y eso está pasando. Entonces, la pregunta por la Constitución es doble: por una parte, constitución técnica de otra red de alianzas con nosotrxs mismos (cómo sentimos y nos afectamos); entre nosotrxs (cómo nos encontramos y organizamos); y con la tierra (cómo sostenemos la insurrección en el tiempo y la prolongamos). Por otra, una constitución política que implica desplegar la pregunta por cómo impedimos que aniquilen lo que hacemos y a nosotrxs mismxs.

IV. “Vivezas Colectivas”
¡Ya hemos experimentado cómo es vivir!
No nos interesa reponer los mismos y tradicionales razonamientos de la izquierda. Más bien nos inclinamos hacia la profundización y radicalización de aquellas formas de vida que ya vamos ya ensayando: profundizar y radicalizar las vivencias en común, todas esas vivezas colectivas de fabricación casera que nos hemos armado -y con las cuales nos armamos- que portamos y tramamos a nivel molecular, y que nos permiten sostener nuestras vidas. Y es que esta manera indigna de habitar a la que hemos sido obligados, no se soporta más. Ni con deuda, ni con mérito. Nunca salvados, siempre bien vivitos. Y entendámonos bien porque aquí lo casero de estas vivezas colectivas, no tendría ningún vínculo con un espacio privatizado o de encierro hacia un interior de asfixia, ni mucho menos con límites de securitización e higiene, que ponen bajo protección al individuo. Sino más bien con relaciones de cuidado que ponen en ofensiva una re-sensibilización de los cruces, de los encuentros y los disensos; una exteriorización de una sensibilidad compartida, de una interioridad común que estalla. O mejor, una sensibilidad compartida que radicaliza la experimentación de territorios, procesos, instantes y ternuras que se fabrican desde eso que contenemos de más inapropiable: nuestra relación tectónica de indecidibilidad junto con aquello que se torna incapturable, ilimitado y que nos permite repoblar y habitar la tierra en cada movimiento: a la manera de un volcán que estalla, trona y explota. Poblar y habitar la tierra a puros fogonazos.
¿Y ahora? Antes que una pregunta por la consensuada “organización política” –¿qué hacer?– interesa exponer la vivencia colectiva, la a/puesta en común de aquello que desafía todo orden –¿cómo hacer?. Y es que si terminamos identificando todo cambio político posible solo con el acceso a la decisión democrática en su forma constituyente, y nos enredamos en disposiciones, distribuciones, cuotas, etc., corremos el triste riesgo de perder de vista toda la potencia y la fuerza transformadora que radica en el Oktubre $hileno y en todos estos estallidos en donde vamos repoblando la tierra. Porque todo reside precisamente en esa fuerza destituyente radical del consenso neoliberal, en esa inclinación paradojal de decisión/indecisión que se sustrae y fuga de todo centro, de todo marco legal de guerra y gobernanza que quisiera hacerse norma. Radicalizar y profundizar, entonces, aquellas experimentaciones colectivas que corren a contrapelo de aquellos modos de organización política que abrevan del Estado-empresa. Nuestra potencia específica que situamos aquí es la de haber abierto espacios de indecidibilidad, haber puesto en práctica una sensibilidad armada desde un repositorio de saberes útiles – ¡en los que la vida retoma su cauce! – y haber reclamado aquella potencia desobediente, indómita, mezcla de ideas y cuerpo, movimiento, territorio y pensamiento. Sombra, vacilación, estrategia, germen: volcán. Y es que nunca entendimos bien esa carnicería de separar cuerpo y pensamiento. Aquí no se concibe una idea y luego se la pone en práctica. Es la viveza colectiva de habernos ideado una práctica de lo común, con ternura, sensibilidad y sin permisos, lo que va repoblando la tierra al ritmo de lo inapropiable. Actuar no se trata del proyecto que uno tiene, sino del proceso al que uno se arroja.
Sensibilidad en ofensiva: organización e institución
Atestiguamos un giro, un cambio de época. Todo el aparataje moderno estalla, se desajusta y por entre las grietas vamos tramando relaciones que nos permiten resistir a la guerra del capital, específicamente a esta fase dura del neoliberalismo. La creencia en el antropos, en esa idea humanista del sujeto moderno, es sustituida por una inclinación estratégica de las relaciones, donde los determinismos de la ley del valor son derretidos por una ética de lo que pasa y fluye en cada movimiento: devenir-lava.
Y es que una vez comenzado el derretimiento, la destitución del consenso ¿cómo hacer para que no nos maten tan fácilmente? ¿Cómo sostener la eficacia operativa y estratégica de la fuerza destituyente? ¿Sensibilizar las instituciones o instituir a la manera de encuentros, alianzas y frentes de lucha, una sensibilidad puesta en común y en ofensiva? Instituciones que permitan sostener la revuelta y que no operen al nivel de la autonomía de los sujetos, sino más bien al nivel de las desujeciones, de las fugas, por una autonomía de los devenires. Y sin razón alguna aquí, institución no está reservado solo para un conjunto de acuerdos sociales fundamentales y pre-establecidos ¡Todo lo lejos posible de cualquier valor llamado fundamental!
La viveza colectiva –aquella potencia que se intenta fijar echando mano a las ciencias sociales, a la represión, a la criminalización– es fuerza destituyente, sustracción del mandato de la ley del valor, movimiento tectónico, una implacable geografía siempre-por-venir. Y ante la pregunta por una nueva Constitución, sin duda que es necesario cambiar el actual pacto dictatorial. Pero ¿cómo hacer para que un nuevo pacto mantenga abierta la posibilidad de experimentación e insistencia estratégica de un nosotrxs en tanto que fuerza destituyente? Sin duda es necesario imaginar nuevos frentes, otras maneras de lo político, desde una desarticulación del marco de guerra colonial, empresarial y neoliberal por medio del cual operan los Estados y las democracias actuales. El desafío es paradojal en sí mismo y ante la pregunta por aquello que nos permita sostener nuestra forma de vida contra el capital –en contra del Estado, pero a través de procesos instituyentes de todas las fuerzas que se sustraen de las alianzas de muerte entre capital y gobierno–, los razonamientos que teníamos preestablecidos, ahora los doblamos y nos los metemos en los bolsillos. Y es que la paradoja reside precisamente en evitar que la elaboración de una nueva Constitución neutralice la destitución ya efectuada por la fuerza de las vivezas colectivas, volviendo a ocultar la guerra que nos vienen declarando hace 500 años. Todo pacto es siempre la evidencia de que una de las partes teme perder la guerra. Y nosotros nunca hemos tenido miedo, pues la guerra era ya nuestro cotidiano. Serán ellos quienes tendrán que pactar con la fuerza destituyente, es decir, con esta indómita geografía en formación. No será fácil, pues se presiente lo que está en juego.
Primeras batallas
El fin del neoliberalismo, su tumba, es la posibilidad de arrebatar el mundo que administraron como ruina. Arrebatar un mundo, convoca la implicación de toda la viveza colectiva, de todas las tácticas de fabricación casera, de toda la cocina que ha sostenido la revuelta, en la constitución de una geografía, territorio, forma de habitar. Y desde ahí, la ponderación del pacto constitucional. Por cierto, no abandonar y dejarles el proceso, sino comprenderlo como una de las formas para sostener esta otra constitución, opaca, es decir, visible y a la vez subterránea. La relación con la asamblea constituyente no puede sino ser estratégica, pues la ley es apenas una instancia final de los enfrentamientos que, a esta hora, se dan en distintos espacios y diversos niveles. ¿Cómo ser más fuerte que los conservadores de privilegios de todo signo? Pues dotándonos de la capacidad de decir que ya lo somos, es decir, profundizando, radicalizando, desbordando la composición de nuestros espacios. Espacios en donde nada está decidido, sino siempre por decidir, en el encuentro de diversas experiencias puestas en común. La vida se ha mostrado, al fin, como el experimento constante que no puede sino ser y la dignidad como la más alta implicación en esa apuesta. La seguridad y la tranquilidad no es sino esta capacidad de contar con lxs otrxs, esxs otrxs, a pesar de toda la violencia, de todos los asesinos y sus intolerables patrones. Eso es concretamente arrebatarles el mundo.
Y lo saben y lo temen. Así también privilegiadxs de todo signo que no cesan de querer volver a una vía institucional, democrática, decidida, estable, etc. Si la batalla que nos envuelve en $hile y, por cierto, también y cada vez más en otras latitudes, parece tan profunda y decisiva, es porque lo es. La Constitución, entonces, como parte de una lucha aún más larga por la misma posibilidad de la vida. Es que, al parecer, son estas las primeras batallas del fin de su mundo y nos jugamos acá poder extender, sostener y profundizar otra manera de vivir, frente a la inminencia del fascismo corporativo que prepara sus normas y sus milicias por el mundo entero. Porque si su propósito es disponer de todos nosotros para salvarles en su devastación (“dúchese 3 minutos”, nos dicen desde sus piscinas alimentadas por los ríos que nos robaron), nuestra ofensiva es intergaláctica. Y por intergaláctica cabe entonces entender, otra geografía técnica y tácticamente soportada, una red de alianzas afectivas devenidas estratégicas, una composición internacionalista de los territorios que abre paso la inapropiable de la tierra, que escucha y calla, que escribe como parte de la erupción y no como punto final, pues nadie más que ella misma puede detener a la lava y no nos vamos a detener ni a soltar. La Constitución Política, sí, pero no como punto final, sino como resorte estratégico para sostener el mundo que ya se ha comenzado a tejer, a fabricar y que no vamos a abandonar, sencillamente porque ya no se puede, porque no nos entregaremos nunca más a su destrucción programada.
Avanzar
Asistimos al fin de un mundo, de su mundo. Al mismo tiempo, vamos profundizando y radicalizando nuestras alianzas, nuestras formas de vida. Lejos estamos de creer que el fin de su mundo es nuestro destino. La forma indigna de habitar/nos ha llegado a un límite. Tocarlo es asistir a una necesaria subsistencia de aquella geografía que se va perfilando en este después que es ahora. Avanzar, con viveza colectiva y ternura, resensibilizando ahí donde la abstracción totalitaria –que es esta fase de la guerra del capital– avanza sus líneas hasta nuestros cuerpos, nuestros encuentros. La grieta es nuestro campo de batalla, entendimos a medida que vamos arrebatatándoles el mundo en Rojava y experimentamos nuevas formas de habitar. Existimos y vamos repoblando a fogonazos. Nos abrimos paso como la lava. Y si somos alienígenas, como nos dijeron en $hile, nuestra ofensiva es intergaláctica. Intensifican sus ataques, van poniendo a punta sus tecnologías de muertes y aceleran a fondo la apropiación de todo. Estas batallas en las que por primera vez vamos encontrándonos con fuerzas insospechadas, internacionalistas, alienígenas e intergalácticas, son el modo de habitar la tierra desde sus entrañas mismas. Devenir-lava esperando que el momento de solidificación no signifique enfriar. Más bien, radicalizar desde esa apertura que es la institución de aquellas vivezas colectivas en común y que ya ensayan la ofensiva y los mundos-por-venir. Profundizar, siempre con ternura y viveza colectiva. Avanzar: seguir enhebrando.

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