Artículo, Textos

El fantasma de las mayorías silenciosas, o la profecía de la derrota.

Colectivo Vitrina Dystópica

Que se me permita decir un número absurdo de generalidades. El gobierno de turno tardó en asumir que no eran la continuación de la revuelta por otros medios el tiempo exacto para romper todo lazo, por precario que fuera, con las fuerzas que, excediéndole en radicalidad, por experiencias, prácticas y horizontes, le habían llevado no obstante y a pesar de todo a triunfar en la elección contra Kast. Eso significa que, a diferencia de un gran número de voces en la propia izquierda, no es el maximalismo de la propuesta ni menos la radicalidad (¿?) lo que hizo perder la conexión con los malestares que, antes de la pandemia, desbordaron incluso el cerco comunicacional y militar. Podría plantearse, por el contrario, que la culposa tónica de la política institucional post neutralización pandémica, por mostrarse y demostrarse como serio y a la altura de lo que les demandaban los padrinos de la democracia pactada y los paladines de la moral comunicativa, operó una neutralización mucho más efectiva que toda capacidad de movilización soñada.

En general, el resultado de las cámaras del senado fue tomado como una invitación, o incluso una obligación a la moderación, a no asustar a la economía, pero también a una cierta población, a un cierto fantasma, una operación sociopolítica temida y efectiva: una suerte de mayoría silenciosa que, en realidad, no estaría a gusto con las cosas muy progre; aun cuando esas mismas cosas les habían llevado al poder. Las masas en Chile preferirían las cosas lentas, pausadas, serias, ordenadas. “Todos serían portalianos en sus corazones”, razonaban los portalianos, aprestándose a decir una vez más, en público o en secreto, que en verdad la población o el pueblo no estaban preparados para tamaña democracia y que, incluso, si así lo prefieren, las personas en Petorca, con las que decían empatizar podrían muy bien seguir bañándose en el barro contaminado o recogiendo su mierda en bolsas de plásticos, porque después de todo no están preparados para tamaña democracia. Y, no obstante, si uno mirara esas elecciones menos desde el prisma de contador, sería difícil sostener que se votó por moderación cuando se tienen los triunfos de los Kaiser y los de la Carrera y otros filonazi que, haciendo uso de las retóricas de la radicalidad, están ahí para defender y expandir los intereses (neo)coloniales a costa de todo el territorio necesario.

Entonces, ¿por qué circula tanto y en una especie de siniestro mea culpa el cántico del maximalismo? Quizá menos por que a la gente o al pueblo o como sea que le llamen le asuste realmente y más porque a la misma intelectualidad de izquierda, por demasiadas vías, se le cuela todavía un menosprecio fundamentalmente elitista respecto de votantes o sociedades que no estarían preparadas. Portalianismo reconfortante y destinado al fracaso analítico y práctico. El problema del maximalismo que envuelve la suposición de que la “mayoría silenciosa” quiere siempre moderación es que implica un optimismo alucinatorio: si la hubieran leído bien, si lo hubiéramos comunicado mejor, el resultado sería distinto porque ¡cómo no van a querer lo que sabemos les conviene! Entonces, no. Apostemos a una hipótesis distinta para salir del bucle culposo y despectivo a la vez.

Quizá tampoco tanto una simple falta de radicalidad, sino una suerte de radicalidad desacompasada, fuera del ritmo que había hecho crecer las fuerzas convocadas por la revuelta y el proceso en un inicio: un ritmo vital. Tanto desde el punto de vista de que lo que atravesaba el problema político que se exponía sobre el cadáver viviente del neoliberalismo, afectaba en lo más íntimo y cotidiano, en una vida que no debía ser más mera supervivencia, sino estar indiscutiblemente asociada a la cualificación y experiencia de la dignidad. Como respecto de las demandas, necesidades, urgencias plenamente vitales, en el sentido de hecho reductivo de la supervivencia, sin lo cual ninguna experiencia de dignidad, o de lo que sea, es posible. Desde luego, lo segundo no es competencia de la Convención, con sus excentricidades como dicen ahora los portalianos de todo signo que buscan afanosamente colgarse a la idea de orden para tener algún puesto en la Nueva Nueva Mayoría, sino que precisamente una potestad del gobierno de turno. Es decir, si para algo se consintió en elegir a quien se había mostrado desde temprano en sus prácticas políticas como un traidor, era pues para que el gobierno en general acompañara el desarrollo de la Convención. ¿Cómo se acompaña este proceso, más allá de una retórica que primero intenta colgarse de la legitimidad que aún tenía la Constituyente para luego abandonarla? Pues con medidas que permitan efectivamente a la población hacerse parte de una reflexión colectiva y no exponernos simplemente al más descarnado neoliberalismo una vez más, mientras les esperamos a que manden sus reformas.

Las decisiones económicas pensadas también para contentar una mayoría silenciosa que funciona como profecía autocumplida, no hacen sino aumentar la distancia con el gobierno, con la Coalición doble y por añadidura con la Convención a la que la coalición se había colgado en un inicio. Las medidas represivas que siguen inmediatamente a un pseudofracaso de un intento de diálogo más corto que las bases populares de RD, no hacen sino aumentar la sensación de inseguridad y de descontrol. Lo mismo en migración. A la vez, la “campaña” a favor de la Propuesta Constitucional que hacen las fuerzas más institucionalizadas y con más cabida en los medios masivos, salvo contadas excepciones, continúan hablándole a las mismas mayorías silenciosas que terminan por construir. La principal línea de fuerza es igual a la burla que hace el rechazo: “mira, la Constitución, puta, está más o menos igual, o sea, yo le cambiaría hartas cosas, pero bueno, sí, ya está hecha, entonces, aprueba”.

Como los medios de comunicación, algo que sabemos tanto que da vergüenza repetirlo, son un oligopolio, la presencia de voces que afirmaran los contenidos de la Propuesta no como una cosa a arreglar, sino en sus virtudes era casi nulo. En ese marco, la apertura a la “tercera vía” con la que juega el gobierno, sepulta el carácter vital que tenía aprobar un nuevo marco sociojurídico y termina siendo lo que quizá siempre quisieron que fuera: una experimentación burocrática, alejada, que no puede entenderse sin la ayuda de expertos. Los mismos que desde el día 1 quieren dar por terminado el tiempo de la calle y señalar que se viene el tiempo de los políticos, a pesar de que en el día 0 hubieran dicho exactamente lo contrario, se rehúsan pues a hacer el mínimo gesto político que es afirmar y sostener otra posición que la de tu adversario, buscar al menos, ¡aunque fracases!, armar otro lenguaje, instalar otros significantes, dotar de nuevos significados a aquellos anquilosados como seguridad y orden. Pero no, hablan el mismo lenguaje y de la misma forma y, obviamente “pierden”, o bien, “ganan” convertirse en exactamente lo mismo de lo que buscaron distanciarse para triunfar en la elección. A cambio de gabinete, relevo de pruebas.

Último elemento que quisiera poner en la mesa. No parece que se tratara únicamente de un problema que se resolvería con “más medios de comunicación” o “con más despliegue territorial”, ambos sin duda son fundamentales, pero planteados por sí solos pueden comulgar demasiado naturalmente con ese iluminismo alucinatoriamente optimista del léanla y crearán. Creo que este fiasco hereda una pregunta importante para distintas fuerzas de izquierda que podría ser excesivamente resumido en: cuál es la relación a las infraestructuras que entendemos en las izquierdas hoy. Infraestructura para comunicar, evidentemente, qué canales de tele, radios, periódicos, plataformas virtuales, etc., de izquierdas existen hoy y más aún, cuál es la relación constante que se piensa entre las prácticas políticas y las comunicativas. No es posible seguir dependiendo de los empresarios de Tiktok, Instagram, la radio o la tele, para desarrollar estrategias comunicacionales. Y menos aún desde los movimientos autónomos respecto de los partidos políticos, como se sabe muy bien. Pero también, reimaginar el vínculo al problema infraestructural en la relación entre colectivos, movimientos, coordinadoras; y entre estos y los entornos donde se emplazan. Cómo crear y fortalecer no solo centros comunitarios, comedores, bares, bibliotecas, huertos, editoriales o lo que sea, sino redes de estos que permitan aprendizajes mutuos y anclen las (micro)políticas en las vidas cotidianas de los barrios, en lugar de separarse de ellos por aparecerles insoportable la moral ciudadana.

Luego, infraestructura también con relación a los sindicatos, a los colegios profesionales, a la posibilidad de organizar formas de colaboración más allá de las estrechamente institucionales asociadas a prácticas de salud, educativas y de cuidados, a la potencia de retomar, expandir y fortalecer las modalidades de cooperativas y mutuales. La apuesta de que intentó hacerse en una distancia estratégica con fuerzas que pretendían institucionalizarse, mostró que aquellas seguían siendo rigurosas a su política de neutralización. Esto, sin embargo, no debería llamar solo a desinteresarse de la “política formal”, sino a poner de manera aún más decisiva su importancia en relación con aquello que puede fortalecer las experiencias cotidianas de organización política. Así, no solo “reconstruir” el tejido social, sino más bien producir los modos de habitar que anulen el fantasma de las mayorías silenciosas, con el cual las elites por más bien intencionadas que se presenten terminan por construirlas, justificando toda “moderación” que es puramente la continuidad de su dominación histórica. Importancia entonces de la radicalidad en la infraestructura: del lenguaje para afirmar la potencia de las prácticas políticas; de la colaboración para producir otros modos de habitar; y de la circulación de conocimientos, de experiencias, de aprendizajes y horizontes. ¡No únicamente de “información”!

Es decir, lo que la revuelta abrió, pero por otros medios o por todos los medios.