Artículo, Textos

Qué es un libro*

El árbol de la vida (Stoclet Frieze) de Gustav Klimt, 1909

Escrito por Natalia Ortiz Maldonado, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires así como también de la Universidad de Lanús. Desde 2013 es editora general de la plataforma de experimentación textual hekht.

//

Desde el siglo IV antes de cristo, leímos lo escrito en las paredes, en caparazones de tortuga, en vísceras de animales, en cerámicas de barro, en nudos de cuero, en papiros, en el bronce, en la piedra. Leímos sobre animal vegetal mineral. Leímos en silencio, leímos en público, leímos en privado. En la plaza pública, la cama, la cocina, las bibliotecas, la calle, los monasterios, las cárceles, bajo los árboles, bajo el sol. Leímos con los dedos, con los ojos. Leímos en las estrellas, leímos los cielos y el viento. Leímos letras y símbolos, leímos los sueños y el futuro. Mapas, oráculos, cartas, libros. Detenerse. No éramos nosotres quienes leíamos, porque no éramos quienes podían escribir, y si leímos fue a escondidas, y si escribimos fue marcándonos el cuerpo. Nuestro cuerpo y el cuerpo mismo de la escritura. Aún no hemos recorrido toda la extensión de esa marca, de esa herida.

Un libro, se me ocurre, es una corporalidad viviente. En primer lugar, es un modo de existencia de las palabras. Y el modo de existencia de las palabras siempre ha sido ambivalente, plurivalente, las palabras, nosotrxs, siempre hemos estado entre la amistad con el mundo y la dominación del mundo. Esa ambivalencia marca todo el derrotero de nuestro vínculo con las palabras, cuando decimos gramática y hoy, cuando ya podríamos decir hipergramática (o instagramática).

Cuando decimos proceso de gramatización estamos diciendo la historia de la discretización de flujos, flujos de palabras y flujos de imágenes. La emergencia de los lenguajes, el pasaje de la oralidad a la escritura, la imprenta. Desde hace miles de años los procesos de gramatización performatean esto a lo que llamamos “especie humana”. Ahora bien, cuando decimos híper-gramatización estamos señalando una transformación cualitativa en ese proceso, señalamos el momento cibernético presente de re-embestida sobre el mundo. Y este momento, marca la corporalidad textual, marca a los libros, lo que los libros son, lo que los libros pueden.

Hasta el siglo XII la escritura fue un registro del habla divina, quien leía escuchaba y rumiaba, digería, lo que iba leyendo. Las figuras en los textos (las letras) detonaban patrones sonoros, las imágenes eran el soporte de la illuminatio, la inspiración para los monjes. Los textos eran viñedos, jardines o paisajes a los que se llegaba tras una larga peregrinación. El monje no podía familiarizarse con un número infinito de textos, sino con unos pocos. Mantraba, repetía una y otra vez las palabras, para que algo de lo que transportaban las palabras se introdujese en su cuerpo. Una incorporación, un ritual erótico entre el monje y las palabras. El libro era un objeto sagrado que se transportaba con solemnidad, se le prendían velas y se lo honraba con incienso, se besaban sus iniciales antes y después de leerlo. El monje un amante lesbiano, ilegítimo de las palabras. Quien leía, oía, escuchaba la maravilla que era el mundo, lo milagroso, lo acontecimental. Quien escribía, también.

El éxtasis religioso era un vínculo erótico, corporal, con el mundo. Porque las emociones son materiales, nos afectan, poque las palabras son materiales, nos afectan. Cómo olvidar las imágenes de La Piedad, esa monja totalmente extasiada con Dios, ese orgasmo de ojos mirando el cielo. Los libros eran un modo de ese enlace.

En cambio, en la cultura europea del siglo XII, la escritura ya no es un registro del habla divina sino del pensamiento de un autor (un hombre cis heterosexual blanco europeo y que habla la lengua de un estado reconocido como un estado nación). Quien lee desea un acceso rápido a un número infinito de textos y de temas. El flujo de la narración intensa se corta en párrafos, aparecen los índices y las marcas indicativas que intersectan la escritura. Si la palabra lleva una experiencia erótica, material, es porque está alojada en una isla silenciosa, privada, el libro. A partir del siglo XII el libro es una isla privada a la que se suele acceder en el silencio de la noche. El libro es una experiencia privada a la que no todes acceden, pero quienes sí pueden hacerlo tienen asegurado el contacto con otros mundos. El autor, la obra, el lector, un mundo.

Pero ahora bien: desde 2004 hasta la fecha Google Books digitalizó más de 30 millones de libros en diferentes idiomas. El proyecto no es solo proponerlos como libros, sino como hipervinculaciones entre libros, como una superficie total y radiante, prístina, digital y trascendente. Hasta ahora, un libro implicaba una erótica, un tipo de vínculo específico, una economía material de afectación. El sueño de la hipervinculación del libro, es el viejo sueño de rechazar la materia, que esta vez es la materia del libro pero también la materia de quien lo lee, la materia de quien escribe, de la comunidad en que se aloja. La destrucción del singular, la violencia extrema de la luz. El rechazo de la materia es un sueño antiguo y trasnochado, pero que modelará (como todos los sueños) la superficies que habitaremos y las que serán habitadas cuando nosotrxs ya no estemos.

Ahora bien, qué es, entonces, un libro? Cómo puede pensarse un libro desde una perspectiva material y disidente? En primer lugar, diciendo que hasta el siglo XX las socializadas mujeres, las lesbianas, travestis, no binaries y trans no formábamos parte del mundo de la cultura y que aún no lo hacemos plenamente, si cuando decimos mujeres lo pensamos en clave también de disidencia, de género, de raza y de clase. De los 3000 años que tiene la escritura, sólo en los últimos 100 algunas pudieron escribir, y muchas de las que accedieron lo hicieron como Anónimo, otras con seudónimo y sólo en los últimos 10 años podríamos decir que las disidencias están pudiendo pisar el suelo de la escritura sin esconderse.

Un libro es una composición de fuerzas yuxtapuestas que funcionan en diferentes mesetas. Un libro es una ficción maquínica con una temporalidad inhumana. Y aún más: un libro es una corporalidad viviente. Como cualquier otra corporalidad, vive, existe y muere, en la medida es que afecta y es afectada. Y a diferencia de les humanes, puede hibernar, puede permanecer largos períodos de tiempo en latencia. Cuando despierte será porque puede componer con una comunidad de lectura portadora de las condiciones de su legibilidad (es decir, de su vida).

Cuando decimos corporalidad estamos señalando el ensamble de superficies materiales que no pueden distinguirse entre sí. Un cuerpo no es una cosa, una delimitación de la materia que es atravesada por otras (relaciones de poder y composición con otros cuerpos), sino que es un atravesamiento singular, una conexión. Un libro no es una cosa sino una corporalidad. Nada menos inerte, menos cosa, que un libro.

A la vez, un libro comprende (como mínimo) tres mesetas saturadas de composiciones, agencias, conflictos.

En primer lugar, la materialidad de su discurso, de su narrativa. Aquí encontramos a quien escribe, a quien en una soledad poblada de voces elabora una narrativa, una voz, que a su vez también estará poblada de voces, deliberadas o no deliberadas. El discurso que hablamos, es una superficie opaca que se suele pensar transparente y donde se juegan las mil guerrillas del poder. Pero además, como dicen Monique Wittig y Úrsula Le Guin “quien escribe solo hace la mitad del trabajo”, solo tiende un puente que podrá recorrer hasta la mitad. En esa mitad desarrollará sus apuestas, construirá sus ciudades, les insuflará vida. Quien escribe lidia con las tensiones materiales del discurso, siempre impropio, como con las tensiones de los territorios donde quiere intervenir (aunque solo se trate del enorme género literario de quienes escriben para nadie).

Por otro lado, el libro tiene otro tipo de corporalidad, la meseta de las hojas, la tinta, las tapas. Este es el lugar donde se produce el vínculo con la mano, con la vista, con la nariz, el gesto de lectura. Aquí encontramos a las imprentas, a quienes lo editan, a quienes traducen, a quienes lo corrigen, a quienes lo imprimen, lo distribuyen, a quienes los alojan en librerías (como objetos o como cartas de amor). Un libro es una superficie saturada de decisiones, de arbitrariedades, de política, de errores, de desvíos: el papel con el que hacemos los libros proviene de la deforestación, lo blanco de las hojas proviene de la contaminación de las aguas. No es que el capitalismo como sistema de extracción esté más presente en esta dimensión que en otras, sino que aquí, la materialidad del mercado tiene una presencia abrumadora, obscena, totalmente expuesta. Leemos sobre la deforestación en un libro que proviene de la deforestación. Cada editorial monta aquí sus barricadas, sus intervenciones, establece cuánto vale un libro, cuánto vale un río, en una ecuación necesariamente incómoda y generatriz.

De hecho, un catálogo es un dragón de agua, con una espalda que por momentos sale a la superficie y por momentos se oculta. Algunas escamas se ven, otras no, fenómenos ópticos. Es difícil decir catalogo en el momento en que la obra de arte, los discos, estallan en fragmentos. Aún así, los catálogos, esas columnas vertebrales anfibias, siguen articulando el mundo de eso que llamamos libros.

Y una tercera meseta. La de las comunidades de lectura que el libro puede suscitar o continuar, obturar o posibilitar. Dimensión plenamente afectiva del libro, es decir, aquí se juegan las pasiones que pueda componer con quienes lleguen desde su otra orilla hasta la mitad del puente. Una erótica de la lectura. Audre Lorde decía que tras leer algunos libros, deseaba salir a la calle, hacer el amor, la revuelta y, que tras leer otros, buscaba la primer clase de libros. Algunas lecturas expandían la percepción de su potencia, otras la vaciaban. Es que los libros pueden morder, besar, alojar, expulsar, aburrir, hacernos perder, hacernos sentir que pertenecemos a algo solo por poseerlos, aún sin haberlos leído. Una biblioteca, sabemos, puede ser un cementerio o un jardín.

Las comunidades de lectura están abiertas, son siempre potenciales, imprecisas, no tienen “otro”. Pueden devenir gueto cuando se cierran sobre sí mismas y rodean la autoridad mítica de quien escribe, cuando crean un dios tirano y masculino por el que batallar y hacer la muerte. Quien escribe, por otro lado, nunca puede evitar ese efecto, porque no puede evitar el deseo de servidumbre de otres. De la misma manera, una comunidad de lectura puede hacer vivir un libro de una manera totalmente impensada, absolutamente dislocada de lo que podría llamarse la “voluntad de quien escribe”. Hecho maravilloso, radiantemente desobediente, no hay manera de controlar las reverberaciones vitales de un libro, su indómita naturaleza técnico-afectiva, su impresionante poder de regeneración.

Sabemos que la hipergramática, esa embestida actual y tecnológica sobre el mundo, jaquea lo que hacemos quienes escribimos, quienes editamos, quienes leemos, quienes pensamos. En esta dimensión del libro es que se nos plantean las paradojas, donde se habla de la muerte del libro, paradójicamente, en el momento en que la cultura digital explota como superficie de escritura: nunca se escribió tanto como ahora se escribe.

Traigo entonces un racimo de preguntas para poner en juego en la conversación, para que haya una conversación, un encuentro: Qué ocurre cuando la dimensión del autor estalla mucho más allá del sueño foucaulteano y miríadas de subjetivaciones copian, pegan y trasmutan narrativas? Qué ocurre cuando el libro deja de ser una isla solitaria y se transforma en una superficie lisa de hipertextualidades hipervinculadas? Qué ocurre con las entrelíneas? Cómo se escriben y leen los textos que reenlazan con el mundo y se burlan del sueño trasnochado de Google que rechaza la materia. A qué puede desobedecer una escritura que atraviese el proceso de discretización biosemiótica, cómo es una escritura capaz de reinstaurar la noche y el silencio ante la violencia de la luz.

//

*Leído el jueves 13 de abril en Librería y Centro Social Proyección, en el marco del ciclo de charlas, encuentros y talleres nómades por en medio de las alianzas que han devenido y brotado de nuestra trayectoria. Recorreremos preguntas claves sobre los procesos de producción, circulación y sublevación de las escrituras disidentes y en rebeldía. Desde las escrituras que exceden la universidad en su interior; los tejidos cómplices de editoriales y librerías que desafían el canon y la endogamia progre corporativa; hasta las prácticas de lectura que siguen insistiendo en las fronteras de los territorios en pie de lucha; durante 5 días iremos echando aceite a los proyectos editoriales y de revista de espacio.tierra y Vitrina Dystópica.